Colón Campeón, por Carignano

El sentido de pertenencia no se impuso, se construyó en cada entrenamiento con paciencia y convicción, hasta enraizarlo profundamente.

El hambre no tuvo límite porque Domínguez supo tocar las fibras necesarias para despertarlo y mantenerlo encendido, sin marearse en las alturas.

El grupo siempre estuvo por encima de los individuos, porque supieron conformarlo y sostenerlo en la adversidad.

Las oportunidades siempre  estuvieron ahí porque fueron afrontadas como desafíos y no como revanchas.

La credibilidad cambió el rumbo hace meses, porque entre jugadores y entrenadores el discurso y los hechos siempre se miraron a la cara.

Los pibes pasaron de ser incertidumbres a ser realidades porque se les dio espacio para crecer, aprender y evolucionar.

Los sueños se hicieron objetivos apuntándole al cielo porque soñaron todos al unísono,  porque se animaron a ser protagonistas, y porque ni Colón ni casi nadie del plantel conocía el sabor de un título.

La suerte se vistió un rato de rojinegro, lógicamente, como suele vestirse de cada campeón para rescatar en algún momento.

Los elefantes de Avellaneda resultaron inofensivos en el cierre de este cuento y el Sabalero los enterró vivos con el corazón y una pelota bien jugada como armas. Nobles e incontenibles armas para emocionar a propios y ajenos.

Y la gloria será eterna porque Colón la conquistó merecidamente, para fundir en lágrimas felices a los de hoy con los de ayer,  a los que están con los que se fueron, y para transformarla en una estrella capaz de iluminar más de cien años de historia. ¡COLÓN CAMPEÓN!

Por César Carignano