El hincha futbolero deambula por diferentes estados emocionales permanentemente. Para los argentinos, el fútbol es mucho más que 90 minutos una vez a la semana. Es cultura, es pasión, es orgullo, es refugio y felicidad aún en momentos fuleros.
Si la pelota entra, el grito se expande y la alegría nos invade. Si pega en el palo y sale, el ¡gooooouuuuuuuuuuu! no tarda en aparecer y nos tomamos la cabeza con ambas manos buscando explicaciones mirando el escalón de abajo entre los papelitos cortados que oficiaron de protagonistas en el recibimiento del equipo.
Estamos preparados para todo. Soportamos horas de viajes, requisas policiales, malas organizaciones, abusos, estadios precarios, incomodidades, dirigentes mediocres, etcétera. Somos capaces de creer en un equipo de 11 voluntades limitadas y en esa utopía de lograr algo con esa “murga”. Nos volvemos locos cuando el equipo es un violín. Vivimos ilusionados. Corremos detrás de la pelota toda la vida. Somos todoterreno o polifuncionales.
Ahora bien, si había algo que jamás nos imaginamos que iba a suceder, ni deseábamos que pase, era que se nos vaya Diego. Y de la manera que nos dejó. ¡Cuánto dolor, la pucha! Nadie nos preparó para esto.
Fuiste, sos y serás siempre nuestro emblema, nuestra bandera en el mundo, nuestro ícono, aún con los errores humanos de los que nadie escapa. Nos representaste a los argentinos de pie a cabeza, tal cual somos y no debemos renegar de eso.
Aún nos cuesta asimilar el golpe: para que sepas, nos duele más que el afano de Codesal porque esta vez no tenemos revancha.
Diego querido, descansá en paz, que todos los argentinos, si pudiéramos, viviríamos como vos. ¡Sos leyenda, sos eterno!
A un año de tu partida física, te recordamos, te extrañamos y te amamos mucho más. Gracias por tanto fútbol señor 10. Seguí volando en ese cielo que tanto mirabas cada vez que hacías un gol.