En todo logro siempre hay una base y este Central tuvo el punto de inicio justamente en el arranque del ciclo Russo. Porque hoy sería más sencillo hablar de las virtudes de este equipo campeón durante todo el trayecto de la Copa de la Liga, pero sería un error segmentar el análisis de esa forma. Es cierto, el canalla ganó este torneo y en cierta forma corresponde mirar estos últimos meses, pero los verdaderos cimientos de esta consagración hay que buscarlos un poco más atrás en el tiempo, en aquella llegada de Russo a Central, en los primeros entrenamientos del plantel bajo esta nueva conducción (política y futbolística), pero esencialmente en esa pretemporada llevada a cabo en Chile. Porque fue una pretemporada como tantas otras, pero a entender de Russo, totalmente necesaria por el contexto. El entrenador no se llevó 11 días al plantel a otro lado para meterles en la cabeza conceptos tácticos ni nada de eso, lo hizo porque consideró que la conformación del grupo estaba por encima de todo. Pensó que ese era el primer y gran paso, más allá de que la consolidación se gestaría con el tiempo.
Russo lo dijo a lo largo del año y tras la consagración en el Madre de Ciudades repitió hasta el hartazgo la importancia del grupo, y a cada jugador que le pusieron un micrófono enfrente se refirió en el mismo sentido. Indudablemente para ellos no hay otra forma de entender este título que no sea, entre otras aptitudes, la fortaleza grupal.
Ahora, no es caer en un lugar común ni un acto de análisis facilista llevar la mirada demasiado atrás en el tiempo luego del tremendo golpe sobre la mesa del futbol argentino que metió Central el sábado por la noche en el Madre de Ciudades, sino conocer aunque sea en una mínima porción, qué cosas se le cruzaban por la cabeza a Russo en ese momento.
Para cualquier entrenador una pretemporada es clave para lograr la base física y a partir de allí intentar que el grupo se potencie desde lo futbolístico. Russo y sus colaboradores buscaron eso, pero también algo más. Es que hacía apenas 15 días que el DT se había parado frente al plantel como nuevo entrenador. No conocía a nadie y debía comenzar todo de cero.
Es cierto, antes de que se lleven a cabo las elecciones que dieron como triunfador a Gonzalo Belloso, la pretemporada ya estaba armada y Russo, aun siendo el posible entrenador de un posible nuevo presidente ya estaba al tanto de todo.
Russo buscó en ese viaje que aquellos jugadores que ya estaban en el plantel aceleraran el proceso de conocimiento con el cuerpo técnico y que los que habían llegado como refuerzos lo hicieran también con todos.
“Para lo que queremos nosotros el grupo es clave, para explicar bien qué es Central, todo lo que significa y todo lo que mueve, porque Central es ganar, es un club en el que hay que acostumbrarse a eso. Quizá eso sea lo más difícil, lo que más tiempo lleve, pero para ganar hay un proceso de elaboración que debemos hacer antes”. Esa fue la respuesta de Russo ante la consulta de Ovación en el último día de pretemporada en suelo trasandino.
En ese aislamiento de trabajos físicos y tres partidos amistosos en el medio, hubo una convivencia que en Arroyo Seco no se hubiera logrado. Eso no implica que de no haber viajado a algún lado no hubiera podido ser campeón, sino que para Russo no era lo mismo entrenar en simple o doble turno en Arroyo Seco y que al final de la jornada cada jugador se vaya a su casa y vuelva al día siguiente que tenerlos a todos juntos de sol a sol.
Quienes tuvieron la oportunidad de seguir muy de cerca esos días saben que, por ejemplo, para Russo fue clave ver de qué manera convivían algunos futbolistas. Y fue el propio entrenador quien pese a jamás cerrar las puertas de los entrenamientos y mostrar siempre una predisposición absoluta hacia la prensa (para muchos suele ser un estorbo) fue quien fijó las pautas de que algunos jugadores era mejor que no realizaran entrevistas. No lo hizo de “jodido”, sino como conocedor del paño y queriendo que todos los patitos se mantuvieran en fila.
Fueron días de un semblanteo constante hacia los futbolistas, de verles las caras en todo momento y captar las reacciones que cada uno podía tener ante determinadas directivas, de internalizar incluso qué tipo de respuestas encontraba ante un pedido determinado para que alguno de esos futbolistas hiciera el sacrificio de jugar en una posición que no era la que mejor conocía. Consideró clave el DT canalla que las cosas fueron de esa manera porque lo que iba a poner en cancha era un equipo prácticamente nuevo, pero que debía a rendir exámenes ya desde la primera fecha.
A excepción de Jaminton Campaz y Coyote Rodríguez, que llegaron días después del retorno de Chile, el resto se forjó como grupo en esos días de concentración absoluta y convivencia plena.
Claro, a mediados de año fueron varios los futbolistas que llegaron para sumarse al plantel, uno de los que más jugó fue Maximiliano Lovera, quien se crió futbolísticamente en Central. Otro fue Agustín Sández, a quien Russo conocía a la perfección por haberlo dirigido en Boca. Nada parece al azar o producto de la casualidad. Indudablemente para Russo hay cuestiones relacionadas a lo humano que están cuanto menos a la misma altura que de las futbolísticas.
El mundo del fútbol tiene miles de secretos y condicionamientos que hacen que las campañas sean buenas, regulares o malas, porque hay pelotas que pegan en el palo y entran y otras con las que ocurre lo contrario, y este Central estuvo rodeado de todos esos avatares propiamente lúdicos, que sin duda fueron determinantes. Ahora, no parece casualidad que Russo haya hablado de “grupo” y que Fatu Broun, Carlos Quintana, Facundo Mallo, Damián Martínez, Nacho Malcorra y tantos otros también hayan puesto el foco en ese punto.
Tampoco que por ejemplo a uno de los utileros de siempre, Bezombe, se lo haya revoleado por el aire en el medio de los festejos. O que Mallo y Malcorra, por ejemplo, ponderaran tanto a los kinesiólogos que los hicieron volver a tiempo para el clásico donde empezó todo.
Sí. Fue el Central campeón de los valores futbolísticos y también humanos.
La dirigencia apostó siempre a la calma
Para esta nueva comisión directiva que recién hoy cumplirá un año de mandato también fue clave la armonía y la convivencia, pero no en una o dos semanas determinadas, sino a lo largo del año. La constante fue jueves o viernes bajarle la persiana al club frente a posibles focos de conflicto con un solo objetivo, que el plantel no tuviera el mínimo resquicio para la distracción.
Cuando esta directiva tomó las riendas de Central lo hizo sabiendo que posiblemente fueran apareciendo complicaciones porque Central se caracterizó por ser un club al que le cuesta vivir en paz y que necesita estar siempre en estado de ebullición. Y en cierta forma lo logró. El lema de esta comisión directiva fue que cualquier foco de conflicto que apareciera se consumiera dentro de la sede de calle Mitre, para que las malas vibras no perforen las puertas del predio de Arroyo Seco. Consciente o inconscientemente siempre se pensó que el jueves o a más tardar el viernes se debía poner al club en stand by para que el grupo pensara pura y exclusivamente en el partido del fin de semana.
Siempre se intentó que el plantel tuviera disponible todo lo necesario y que jamás se desenfocara, pero quienes forman parte de este grupo advierten que, por obvias razones, en este final de campeonato el contacto con la cúpula dirigencial, especialmente con el presidente Gonzalo Belloso, fue más fluido por la charla por “los premios” (es algo que existió durante todo el año) y que en ocasiones muy puntuales hubo actitudes de parte del club que fueron tomadas de muy buena manera por el plantel.
En Arroyo Seco, Russo siempre se esmeró por tener la cosa bajo control, pero la apuesta dirigencial se manejó en el mismo sentido. Todo eso también formó parte del “grupo”.
Fuente: La Capital / Por Elbio Evangeliste.